O siendo más correctos: no tienen la misma masa.
Porque, a pesar de que seamos constantemente bombardeados para olvidarlo, haríamos bien en recordar que el kilogramo (kilo para el populacho) no es unidad de peso (esto es, de fuerza (que para eso ya está Newton)) sino de masa. Y no una cualquiera, sino la unidad oficial en el Sistema Internacional (por más que les pese a los británicos, siempre con sus libras).
Dicho esto, y revestido el kilogramo de todo el manto de importancia y solemnidad que se merece, resulta que la definición actual del mismo, a estas alturas de la película, aún depende de un cilindro de platino e iridio conservado en el Bureau international des poids et mesures cerca de París. Y ahí lleva, desde 1889, cuando se decidió dotar de cierta autoridad la masa de 1000 centímetros cúbicos de agua a 4 grados Celsius. Pues el problema, conocido desde hace años, es que se sabe que, a pesar de las medidas de protección y el ambiente establecidos para conservar la integridad de Le Grand K, como se le conoce entre los colegas, está perdiendo masa. Y no se sabe por qué. Lo cual no es exactamente lo más deseable para un standard sobre el que se establece la medición de la masa de todo el universo (por más que pueda sacarse un titular de revista de belleza sobre este tema).
Lo que resulta precisamente curioso es que esto siga ocurriendo hoy en día, cuando el metro hace ya décadas que abandonó su definición oficial como la distancia entre las dos marcas de un palo (¡un paaalooooo!) vecino en sus días de Le Grand K, o el segundo se convirtió en la duración de chorrocientos millones de oscilaciones de algo que pasa con la radiación de no sé qué isótopo del átomo de cesio a 0 kelvin (mira, ando vago, busca la definición tú en la wiki).
Una idea similar, por ejemplo, fue la que propusieron hace pocos años un físico y un matemático estadounidenses, dotar a la definición de kilogramo de la precisión y la elegancia que se merece (qué les gusta la elegancia a los matemáticos); en resumidas cuentas: una cantidad borricudamente grande pero milimétricamente elegida (nótese la ironía) de átomos de carbono 12 y que llevaría implícita la definición de la constante de Avogadro como una cantidad fija (sin incertidumbre).
Sea como sea, y a falta de fecha de una solución definitiva que satisfaga a la comunidad científica internacional, Le Grand K, bajo su triple quesera hermética, seguirá mirando con la misma desconfianza que nosotros la balanza de su cuarto de baño.
Algunos enlaces sobre el tema:
Sciencedaily (fuente)
Mentalfloss
Gmanetwork