La convivencia es para quien la vive. Valga la redundancia. Para quien la vive y la sufre. Ésa es la reflexión. Hablo de la experiencia personal y de eso es de lo que escribiré.
Nosotros tenemos establecidas unas reglas de convivencia y, mientras se cumplan, la relación debería funcionar, pero cuando una de las partes se empeña en no seguirlas la situación se complica ostensiblemente.
Y en realidad no debería ser tan complicado. Salgo temprano, y la casa entera queda para ella sola, que es lo que le encanta. Acordamos que mientras yo no esté en casa puede hacer lo que le plazca, sin limitaciones. Puede incluso traer a las amigas que le apetezca; no me importa, siempre y cuando no rebusquen en mis armarios.
Pero cuando llego quiero un poco de tranquilidad y de decoro. No me importa que se quede en casa conmigo, incluso que se queden algunas de sus amigas, pero que no armen escándalo. Que se queden en otro cuarto, en la cocina, en la terraza, o donde quieran. Incluso, y muchos de mis amigos censuran lo liberal que soy en este tema, no me importa compartir habitación siempre que no se me ponga por medio.
Y es que algunos de mis amigos son muy quisquillosos, eso debo admitirlo. A la mayoría les cae bien, y sus amigas también; o, en el peor de los casos, les es indiferente, y no les importa por ejemplo compartir la mesa. Pero también tengo amigos que no la soportan y que no entienden que pueda vivir así. Ellos se lo pierden, es lo que siempre les digo, porque la convivencia puede ser difícil, pero también satisfactoria.
En lo que sí soy intransigente es en el asunto que concierne a las visitas de mi madre. Cuando viene mi madre, sabe que debe desaparecer. Y es que mi madre no la soporta. No la puede ver. La odia. A ella y a todas sus amigas; dice que son todas iguales. Ya me advertía de las de su calaña desde pequeño. Recuerdo que cuando aún vivía con mis padres la echaba en cuanto la veía, y aún hoy no puede evitar una mirada de desaprobación y decepción cada vez que se cruzan. No exagero si te aseguro, asombrado lector, que si por ella fuera la tiraría al contenedor de basura o la lanzaría por la ventana.
Así que, como decía, sabe que cuando mi madre nos agasaja con una de sus visitas tiene que meterse debajo de una mesa, detrás de una puerta o en cualquier sitio fuera del alcance de su vista. En una ocasión estaba en el dormitorio y mi madre se coló sin avisar; tuvo que quedarse debajo de la cama durante dos horas.
Pero es lo que hay. Al fin y al cabo a la madre no la elige uno, pero sí se es responsable de las pelusas a las que se permite compartir su espacio.