Reflexiones ferroviarias

Se acabó. I’m done.

Es la última vez que ayudo a una joven señorita a subir su bagaje al portaequipajes en un tren (y por extensión, en cualquier otro medio de transporte).

La maleta era más grande que ella. Y debía llevar dentro un par de cadáveres. No entiendo esa manía de la gente de viajar con la casa entera a cuestas. Pero ahí está er tío. Deslomao. Pero la maleta subida y asegurada.

Y va la muy desgraciá y llama a su madre para decirle que llega en cuatro horas y que ha podido colocar su maleta gracias a la ayuda de un señor.

¡De un señor!

¡Tía, que llevo greñas!

Hago constar, para quien pueda serle de interés, que en adelanté limitaré mi ayuda al equipaje de abuelitas viajeras, que por lo menos te agasajan con un “Ay, muchacho, muchas gracias” o incluso con un “Quién pillara tus años otra vez…”.

Y lo mismo hasta se ofrecen a presentarte a su nieta.