Soy usuario de Facebook. Como varios millones de personas en todo el mundo. No soy un usuario particularmente activo, ni es mi red social favorita, y de hecho soy más bien crítico y cínico hacia ella. ¿De verdad nos interesa la vida de un compañero de clase de quien hace veinte años que no nos hemos molestado en intentar averiguar qué ha sido de él, cuando a veces ninguno de los dos nos hemos movido de la misma ciudad? ¿Más allá de cotillearle un poco sus fotos, ver dónde ha viajado, con quién se ha casado y comprobar que está más gordo y más calvo que nosotros, o al revés? Pero en fin, también publico con relativa frecuencia. Qué le vamos a hacer. Soy contradictorio.
A lo que iba. Cuando me he conectado hoy por la tarde para echar un vistazo a lo que se cotilleaba en este patio, me he encontrado mi muro (término que actualmente ha adquirido un primer significado distinto al que tenía hace cuatro o cinco años) lleno de bienintencionados mensajes pidiéndome que desmarcara la suscripción de mis contactos (al menos de aquél de quien procedía la publicación); seguro que tú también la has leído, seguro; seguidamente, cómo no, se procedía a la inevitable petición de copiar y pegar el texto en mi propio muro.
Ay. El copypaste. Cuán traicionera arma.
No he leído en mi muro en ningún momento avisos bienintencionados advirtiendo del derecho que otorgamos a FB para que haga uso de nuestras fotos. Ni de la posibilidad de filtrar mediante el uso de listas, pero este es otro tema. Aunque relacionado, claro.
Y no voy a comentar la cadena de publicaciones sobre el cobro de los servicios por parte de Facebook. Estoy convencido de que mi muro está lleno de cachondos que compartieron esa noticia solo por chanza.
Convencidísimo.
Otra vez me lío. A lo que iba, sí. Que yo también tengo una petición.
Antes de hacer un copy-paste de la primera noticia supuestamente alarmante que encontréis por la red pararos por favor a mirar si es cierta o al menos si tiene un mínimo fundamento. Los cambios de Facebook pueden gustarnos o no, podemos entenderlos o no, y podemos estar más o menos de acuerdo con su política, pero si vamos a seguir en esta red hay que jugar con sus reglas, y la responsabilidad sobre lo que publiquemos es de quien publica.
Si no nos gusta, hay otras opciones. Claro, que esto es como ir a un garito que detestas, que te ponen garrafón, que te clavan… pero al que vas porque es donde está la peña.
Es una sanísima costumbre la de conocer aunque sea por encima aquello que se usa. Es un rollo, lo mismo que lo es leerse todo el texto de un contrato, el bucear entre las opciones de configuración y establecer los parámetros que nos satisfacen. Pero al igual que con los contratos, las satisfacciones pueden superar al tedio.
Algunos de quienes me conocen recordarán el caso de cierto individuo que se sorprendió amargamente de que sus comentarios en un foro público salían en internet. Y es que no hay nada como saber de lo que se habla.
Para que quede claro, ya que es el tema. Si un desconocido tiene acceso a tus publicaciones es porque tú le has dado permiso a FB para que así sea, si un desconocido puede ver tus fotos es porque tú le has dado permiso a FB para que así sea, si un desconocido puede suscribirse a tus publicaciones… adivina: es porque tú le has dado permiso a FB para que así sea.
Obviamente, no podemos evitar que uno de nuestros contactos (lo siento, no me gusta el término «amigo», yo no tengo tantos «amigos» como Facebook me asegura que tengo) difunda cualquiera de nuestras publicaciones, en especial las fotografías. De ahí el importante ejercicio de responsabilidad que implica el hecho de publicar una imagen o un vídeo… o cualquier comentario, y que me resulta extraño que no resulte evidente. Por otra parte, de suceder, lo mismo habría que seleccionar más severamente a nuestros «amigos». O someter a los que tenemos a una criba exhaustiva. En definitiva, no olvidemos el viejo refrán: Si no quieres que tu madre se entere, no lo publiques en Facebook.
Podemos (y debemos) quejarnos de todo aquello que no nos satisfaga y luchar porque se pongan los medios para solucionarlo, especialmente si entendemos que se trata de algo injusto.
Y debemos exigir nuestros derechos como clientes. Pero como leí no hace mucho, los usuarios no somos los clientes de Facebook, somos la materia prima necesaria para vender su producto a sus auténticos clientes, a saber, publicidad, a los anunciantes.
Si no nos gusta, siempre nos quedará la mensajería instantánea. O la telegrafía.
Y que nadie se me ofenda, esto va de buen rollo. Copypastea esto en tu muro o no, como quieras, lo que me importa es que aquellos a quienes yo quiero que les llegue este mensaje, lo han recibido.
Nos leemos en Twitter.
Imagen tomada sin permiso del blog Undisciplines Affinities, en entrada del 22 de noviembre de 2010.